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31.LDNM - Ago-Oct 2009
Actualidad
Antonio Baños: La hora de los mamporros

En el otoño de 1979, Jello Biafra, cantante de los Dead Kennedys, emblema del punk estadounidense, se presentó a las elecciones de la alcaldía de San Francisco. Sacó el 3,5% de los votos gracias a promesas como esta: "Crear&

Fotos: Mireia Carulla

Los romanos observaban el hígado de un animal para saber si un día iba a ser nefasto. Absurdo, ¿no? Pues hoy día hay muchos que miran a diario la información bursátil. La cotización tiene tanto de aleatorio y de profecía autocumplida como un hígado seccionado en el foro. O eso cuenta Antonio Baños en La economía no existe (Los libros del lince, 2009), un "libelo" contra los economistas que, tras hacernos la vida imposible, insisten en ser ahora nuestros mejores amigos.

En el otoño de 1979, Jello Biafra, cantante de los Dead Kennedys, emblema del punk estadounidense, se presentó a las elecciones de la alcaldía de San Francisco. Sacó el 3,5% de los votos gracias a promesas como esta: "Crearía una ley que obligaría a los grandes hombres de negocios y a los banqueros a ir a trabajar vestidos con trajes de payaso". Sí, era una provocación, pero lo que entonces sonaba a broma ahora parece una medida política sensata. Sobre todo si hacemos caso a lo que cuenta Antonio Baños en La economía no existe, cuyo objetivo es "reducir al escarnio público a los econócratas" (es decir, vestirlos de payaso).

"El gran problema de los economistas es que mantienen, a pesar de sus terribles errores, una imperturbable reputación de credibilidad. No hay nada más serio que un banquero. Nadie ha visto a un banquero cómico", cuenta un periodista que antes de tirarse al barro económico había hecho las delicias del personal con "La croqueta", una hilarante columna sobre saraos literarios publicada durante un tiempo en El Periódico de Catalunya. "El economista del siglo XXI es el sustituto del sacerdote del XIX, que hablaba en latín sobre la transfiguración de los cuerpos ante el estupor y el acojonamiento de los feligreses. Se trata de mantener la tensión y el misterio", añade.

En efecto, todo es tan misterioso que, aunque los economistas supieran de qué coño hablan, tampoco podrían contarlo: "Si sabe que hay crisis, calla, o acentuaría la misma. Y el que sabe algo de valor, tampoco lo puede decir, porque perdería su valor. Pero, si vas al médico y aunque sabe que tienes cáncer te diagnostica una gripe, lo mínimo es colgarle de una farola", razona.

Soluciones no, gracias

Pero lo mejor de todo es que Baños presume de no ofrecer ningún tipo de solución en su libro, en un intento de "desmarcarme del aluvión de libros que están saliendo con respuestas a la crisis", dice. "Las estanterías están repletas de textos de gurús con soluciones mágicas. Es de risa. ¿Dónde estaba toda esa gente en el año 2007? Comprando pisos en la Costa del Sol, supongo. Invirtiendo en Martinsa-Fadesa, seguramente. La función del periodismo en general y de este libelo en particular es crear dudas, no tratar de calmar a la gente como el resto de libros. Lo que necesitamos ahora son preguntas no respuestas. ¿Quién ha sido? ¿Dónde vive? ¿Cómo podemos partirle las piernas?", se pregunta.

Y si de lo que se trata es de repartir mamporros, Baños empezaría por sacudir a la madre de todos los economistas campechanos, Leopoldo Abadía, autor de La crisis ninja (Espasa), el best-seller con respuestas coloquiales a la recesión que le ha convertido en una estrella mediática. "Le tengo mucha manía", cuenta Baños. "Abadía era profesor de la escuela de directivos de la Universidad de Navarra. Es muy sospechoso que uno de los economistas que, en realidad, tendría que estar dando la cara por el desaguisado, aparezca ahora disfrazado de salvador diciendo que el sólo pasaba por aquí y que es un buen chico", dice antes de poner el último clavo en la tumba de Abadía: "Además, en la portada de su libro aparece con un perro. ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?".

En su obsesión con Abadía, Baños ha llegado a usurpar su personalidad: circula por Internet (www.myspace.com/laeconomianoexiste) un vídeo en el que, a la manera del "Celebrities" de Muchachada Nui, despelleja al gurú económico del buen rollo. Sí, es cierto, Baños va por ahí disfrazado de Abadía (las imágenes que ilustran esta entrevista lo demuestran). Pero, vista la prueba del delito, lo que habría que preguntarse ahora es lo siguiente: ¿cómo llegó Baños a mimetizarse de este modo con la "ciencia" económica? ¿Cuál es el origen de su comportamiento errático? ¿Por qué tanto odio? Para saberlo, cómo no, hay que bucear en los abismos mentales de sus años mozos. "Sí, debe ser una especie de trauma infantil. Cuando era jovencito, en la misma época de La bola de cristal, vi en la tele una serie de documentales sobre economistas de distinto pelaje ideológico que me dejaron perplejo: la disciplina económica permitía que dos visiones antagónicas tuvieran el mismo sentido. Más tarde empecé a comprar una colección de kiosco Orbis de libros de economía, lo que da idea del tipo de freakie que era ya por aquel entonces", explica. Sí, las colecciones por fascículos han hecho mucho daño, pero no tanto como la acumulación originaria del capital.

Seis chinos y un americano
Texto: Antonio Baños

Cuentan el chiste de siete náufragos en una isla desierta. Seis de ellos son orientales y el séptimo un norteamericano muy gordo. El primer día se asignan las tareas que todos deben cumplir para seguir vivos. Uno se encargará de la leña, otro de pescar, un tercero de cazar, el siguiente de construir un refugio, etcétera. Deciden que el norteamericano se dedique sólo a comer. Y así lo hacen. Cada mañana, los seis asiáticos se aplican a sus tareas y por la noche se dedican a ofrecerle un magnífico festín al yanqui, quien, harto de tanta comida, siempre deja restos suficientes para la alimentación de los seis desdichados.

Cualquiera a quien se le explicara el extraño modo de comportamiento social de los náufragos se llevaría las manos a la cabeza y pediría, como mínimo, el exilio del prepotente rostro pálido. Sin embargo, si explicamos esta historia a un economista ortodoxo, neoclásico, de los de cátedra y tertulia, su análisis será tan sorprendente como ilustrativo.

Diría que, de hecho, los seis asiáticos necesitan al norteamericano porque este es, en realidad, el motor de la economía local. Sin el yanqui y su voracidad no hubiesen desarrollado artes de pesca, ni construido infraestructuras como cabañas, cuencos o canoas. Sus cifras de volumen de pescados y de tubérculos recolectados caerían a niveles preocupantes. Su PIB, sus indicadores de empelo y actividad serían propios de una isla subdesarrollada. El hambre pantagruélica del ocioso norteamericano ha obligado a los asiáticos a realizar una fuerte inversión en I+D para maximizar los recursos de la isla.

Sin el yanqui, nadie tendrá que haber aprendido a recitar monólogos ni a componer canciones para distraer al comensal mientras cena, con lo que las artes escénicas nunca se hubiesen desarrollado en la isla, que habría mantenido un bajísimo nivel cultural. Pero, además, la obligación de cocinar un banquete diario ha multiplicado los contactos sociales entre los seis asiáticos, que se han visto obligados a crear sistemas de coordinación, de reparto del trabajo y asignación de recursos, y han revertido en una mayor, más eficaz y rica complejidad social, lo que les permitiría preparar con el tiempo banquetes cada vez más complejos, cosa que despertará entre ellos las dotes de iniciativa y liderazgo.

Queda claro, pues, que sería inconcebible un desarrollo económico sin la presencia de nuestro americano. Si muriese de apoplejía, lo más seguro es que los supervivientes trabajasen tan sólo tres o cuatro horas para asegurarse la subsistencia y pasasen el resto del día tumbados. Supondría una debacle de la productividad, la ruina de la naciente civilización isleña. Cada uno se quedaría en su rincón de la playa y la estructura de mando y tareas acabaría disolviéndose. Pasarían a llevar una vida cercana a la animalidad. La falta de un objetivo común, de un trabajo, en definitiva, los convertiría en vagos y suspicaces. De ahí que sea cuestión de tiempo que surjan disputas, desprecio y orgullo entre los antes sumisos y cooperativos asiáticos. La muerte del norteamericano sería la ruina de los asiáticos.




3 comentarios a Antonio Baños: La hora de los mamporros

1. «La pregunta que a todos nos viene, es una vez bien cebado ¿por qué no se comen al gordo?»


Dicho por josan el Tue 02-11-2010 09:26 (UTC)


2. «Really interesting. I have read a lot about this on other articles written by other people, but I must admit that you is the best.
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Dicho por Timon el Fri 04-03-2011 11:57 (UTC)


3. «Sus cifras de volumen de pescados y de tubérculos recolectados caerían a xlpharmacyniveles preocupantes. Su PIB, sus indicadores de empelo y actividad serían propios de una isla subdesarrollada»


Dicho por romulo el Mon 28-11-2011 17:33 (UTC)




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